"For other foundation can no man lay than that is laid, which is Jesus Christ." (1 Cor. 3:11)

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"If any man will come after me, let him deny himself, and take up his cross daily, and follow me." (Luke 9:23)

La RedenciĆ³n

1. La gracia de Dios vence el pecado

Escrito por Leland M. Haines
Goshen, IN, USA
Versión española de Richard del Cristo

Copyright 2003 by Leland M. Haines, Goshen, IN 46526
All rights reserved
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El Problema del Pecado

En Génesis, primer libro de la Biblia, se nos cuenta la historia de la creación y la caída de la  raza humana. Allí se nos dice que, “... dijo Dios: Hagamos al hombre  a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree … sobre la tierra. Y creó Dios al hombre  a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Gn. 1:26,27). Las palabras “imagen” y “semejanza” no tienen, necesariamente, distintos significados. En la hebrea repetición es muchas veces usada para clarificar o expandir el significado de aquello a lo cual se refiere.

El hecho de que el hombre haya sido creado a imagen y semejanza de Dios no quiere decir que sea una copia exacta de Su Hacedor. Esto lo sabemos porque: “Jehová, Dios formó al hombre del polvo de la tierra” (2:7). Los hombres fueron creados “a la semejanza de Dios.” (Stg.3:9). El hombre fue hecho, de manera marcada, diferente a las demás criaturas, porque Dios: “... sopló en su nariz (la del hombre) aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn.2:7).

Esto le dio al hombre una naturaleza y lugar especiales en la creación. (Gn.1.26-28; 5:1; 9:6; I Co. 11:7; Stg. 3:9). Siendo que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, y que tiene un alma,  podemos concluir que este ser está dotado de una naturaleza espiritual, un intelecto único y el poder de razonar. Y Así como Dios es justo (Sal. 7:9; 11:7;116:5; Jn. 17:25; II Ti. 4:8; I Jn. 2:1) y santo (Ex. 15:11; Lev. 19:2; 20:26; 21:8; Jos. 24:19; Sal. 99:9; 145:21; Is. 6:3; Ef. 4:24; I P. 1.16; Ap. 4:8; 6:10; 15:4; et. al.), el primer hombre y la primera mujer vivieron en un ambiente perfecto y libre del conocimiento del mal. Ellos entendían la voluntad de Dios y tenían una disposición natural para hacerla. Así como Dios es moral y aprueba lo bueno y odia lo malo (Dt. 16:22; Sal.5:5; 11:5; Is. 1:14), de igual modo, el hombre es un ser moral capaz de escoger entre las opciones de moralidad.

El hombre no fue creado como un títere. De manera que para que el libre albedrío del ser humano tuviera sentido, Dios le dio el derecho a escoger entre el bien y el mal, en el huerto del Edén. Allá el hombre podía vivir por unafe sencilla en la palabra de Dios, la cual consistía en no comer del “árbol de la ciencia del bien y del mal” (Gn.2:17). Esta opción nos da a entender que ya el mal existía en el mundo, pero que el hombre, por naturaleza, no tenía conocimiento de ello. Y que Satanás, un ángel caído por su orgullo, retó a la mujer a que reconsiderara el mandamiento de Dios. Al hacerlo, ella notó que era un “árbol bueno para comer” (Gn. 3:6), y siendo agradable a los ojos, y al tener la promesa de alcanzar sabiduría, ella, “... tomó de su fruto y comió”. Ella compartió del mismo fruto con su esposo, el cual también comió. Y, por dudar de la palabra de Dios, el hombre escogió desobedecerle (Gn. 2-3).

La desobediencia del hombre a la palabra de Dios resultó en su caída. Así él llegó a ser pecador y a recibir una naturaleza depravada (Gn. 6.5; Ro. 5.12, 14, 18, 19; I Co. 15.21-22; I Ti. 6:5). Una de las repentinas consecuencias de la Caída, fue la separación del hombre de Dios (Sal. 5:4; Is. 59:2; Hab. 1:13; Ro. 8:7,8). Dios es santo por naturaleza (el más mencionado de todos los atributos de Dios), y, por lo tanto, Él no tolera pecado. El pecado produjo una brecha entre nuestro  santísimo Dios y el hombre pecaminoso y caído.

El Amor de Dios

Siendo que Dios es un Dios de amor, Él proveyó el camino a la redención. Después del primer pecado del hombre, Dios prometió que la Simiente de la mujer aplastaría el poder de Satán, haciendo así posible la restauración de la relación entre Dios y el hombre (Gn. 3:15). Para hacerlo, Dios escogió a Abraham y a sus descendientes para preparar al hombre para la venida del Redentor, Jesucristo. Después de lo que sucedió en Caldea, Dios hizo un convenio con Abraham (Ge. 15:7-17). Al pasar por la sangre, por entre los cuerpos muertos y sangrientos de los animales, ambas personas prometieron guardar sus promesas. Y de no hacerlo, al que no cumpliera le costaría su sangre. Este convenio entre Dios y Abraham fue hecho cuando se vio una “vasija con fuego humeando” con brasas encendidas (Gen. 15:17; 19:28; Ex. 19:18; Heb. 12:29), y una “antorcha de fuego” (Ge. 15:17; Ex. 3:2-4; II S. 21:17; 22:7,9,29; I R.11:36; 15:4; Sal. 27:1; 132:17; Is. 62:1) que pasó por entre los animales divididos.

La vasija con fuego humeando representaba a Dios, y la antorcha encendida a Jesucristo, la luz del mundo. Entonces, Dios hizo la función de ambos grupos en el pacto. Si Abraham se hubiera representado a sí mismo, y luego sus descendientes hubieran violado el pacto, les habría costado la sangre de ellos. Pero, Dios, al representar ambos lados, sólo costaría la sangre (es decir, vida) de Su Hijo, si los descendientes de Abraham fallaran. Y como veremos más adelante, al Hijo le costó Su sangre (Mr. 14:24; Lc. 22:20; Jn. 6:53-56; 19:34; etc.).

Al principio de su evangelio, Juan escribe: “Y aquel Verbo [Jesús] fue hecho carne, y habitó entre nosotros ... lleno de gracia y de verdad. ... de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Jn. 1:14,16,17). Y aunque los Judíos eran el Pueblo Escogido, a través de su historia ellos entendieron que lo único que ellos podían hacer era vacilar entre el bien y el mal. Ellos necesitaban algo que sobrepasara a la ley para poder llegar a ser buenos; ellos necesitaban una nueva naturaleza. “Cuando vino el cumplimiento del tiempo”, Dios envió a Su Hijo como el Hombre perfecto, para redimir al hombre caído (Gál. 4:4). Cuando Jesús tenía unos treinta años, Él comenzó Su ministerio para establecer un nuevo camino para que Dios tratara con el hombre. Por Su muerte Él llegó a ser “... el Mediador de un nuevo pacto” (Heb. 12:24; 8:8,13; Lc. 16:16; Ro. 10:4), “... lleno de gracia y verdad” (Jn. 1:17; I P. 1:10; II Tim. 2:1).

Ahora veamos las enseñanzas de Jesús de modo más detallado:

Jesús Enseñó Sobre el Arrepentimiento

Al principio de Su ministerio, Jesús predicó: “Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 4:17), y: “ ... el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos y creed en el evangelio” (Mr. 1:15). Luego, al responder a los fariseos, Él dijo: “Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar justos, sino a pecadores al arrepentimiento” (Lc. 5:31,32; Mt. 9:12,13; Mr. 2:17). Cuando a Jesús le preguntaron que si los galileos que habían sufrido bajo la mano de Pilato “eran más pecadores que todos los galileos”, Él les respondió: “Os digo: No; antes, si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente (Lc. 13:2,3).

En respuesta a la acusación que los fariseos le hicieron a Jesús -de comer con los pecadores- Él les dijo “que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento” (Lc. 15:7). Él les dijo que “Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán; porque a la predicación de Jonás se arrepintieron, y he aquí más que Jonás en este lugar” (Mt. 12:41; Lc. 11:32). Jesús advirtió las ciudades donde había hecho “muchos milagros”, diciendo: “¡Ay de ti Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, tiempo ha que se hubieran arrepentido en cilicio y en ceniza” (Mt. 11:21; Lc. 10:13).

En una parábola, Jesús habló de dos hijos a los que su padre les había pedido que trabajasen en una viña. Uno respondió: “No quiero; pero después, arrepentido, fue (Mt. 21:29). El otro hijo dijo que iría, pero no fue. Lo que en verdad valía no era la promesa de ir a trabajar, sino, más bien, el hacer el  trabajo. El arrepentimiento produce un cambio de mente y conducta. Esta parábola fue dirigida a los principales sacerdotes y a los ancianos como una advertencia de que los gentiles estaban alcanzando la salvación mientras ellos la  rechazaban. A la vez, muestra la naturaleza general del arrepentimiento.

Esta parábola confirma lo que Juan el Bautista le dijo a las multitudes: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Lc. 3:8; Mt. 3:8). La palabra “fruto” es una terminología pintoresca que se refiere a las buenas obras, es decir, obedecer la voluntad de Dios. Así como los frutos son producto de un árbol frutal, las buenas obras son los resultados naturales del arrepentimiento. Juan le dijo a sus oyentes: “... todo árbol que no da buen fruto se corta y se echa en el fuego” (v.9).
En resumen, el arrepentimiento incluye tanto un cambio de pensar en Jesucristo como también el obedecer Sus mandamientos.

Jesús Predicó Sobre Creer en Él

Jesucristo predicó: “Creed en el evangelio” (Mr. 1:15). Las siguientes Escrituras nos muestran que Jesús eslaboneó la vida eterna con la fe y el creer. Cuando bajaron al paralítico por el techo para que fuese sanado, y “Al ver Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: Hijo, tus pecados te son perdonados” (2:5; Lc. 5:20). En la parábola del sembrador, Jesús explicó que la semilla, -la Palabra de Dios- que cayó junto al camino fue hollada, porque el diablo quitó “de su corazón la palabra, para que no crean y se salven” (Lc. 8:12). Jesús le dijo a Sus discípulos que le dijeran a la gente que “El que creyere y fuere bautizado, será salvo” (Mr. 16:16).
Jesús le dijo a Nicodemo que era “... para que todo aquel que en él [en Cristo, el Hijo del Hombre] cree no se pierda mas tenga vida eterna” (Jn. 3:15-18).Él le dijo a los judíos, “El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna” (5:24). En Su discurso sobre el pan de vida, Jesús dijo: “El que cree en mí, tiene vida eterna” (6:47). En la fiesta de la Dedicación, algunos judíos le preguntaron a Jesús que si Él era el Cristo. Él les respondió: “Os lo he dicho, y no creéis; ..., pero vosotros no creéis, porque no sóis de mis ovejas” (10:25,26). Y entonces, les explicó: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna” (vv. 27,28).

Después de la muerte de Lázaro, Jesús le dijo a Marta: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (11:25; v. 26). Jesús le dijo a dos de sus discípulos: “... creed en la luz [Cristo Jesús], para que seáis hijos de luz. El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió. Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas” (12:36,44,46). En Su última Pascua, Jesús dijo: “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí, .... Yo soy el camino, la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (14:1,6). Estas Escrituras muestran que las  enseñanzas de Cristo se basan en la estrecha relación entre los términos: “creer” y “vida eterna”.

Jesús Predicó Sobre el Reino de Dios

Al principio de Su ministerio, mientras pasaba por Samaria, “Jesús vino a Galilea, predicando el evangelio del reino de Dios, diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Mr. 1:14,15; ver Mt. 4:23-25). A través de todo Su ministerio, Jesús explicó qué requiere Dios del hombre. Su mensaje central era la predicación del reino de Dios. Los judíos sabían que Dios deseaba reinar sobre Su pueblo, sin embargo, ellos pensaban que Dios se refería a una soberanía política. Ellos no entendieron la naturaleza espiritual del reino, lo cual significa que Dios reina en los corazones de aquellos que por gracia siguen al Mesías.

Desde el principio de Su ministerio, Jesús enseñó sobre el significado del reino. En el Padrenuesto, Jesús les enseñó a Sus discípulos a orar: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mt. 6:10; Lc. 11:2). Esto refleja las enseñanzas de Cristo (y de Juan) desde el principio de Su ministerio, de que, “el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 4:17; 3:2). Esta es la petición de que el Reino de Dios viniera a la tierra en esos lugares donde la voluntad de Dios sería hecha.

Lo ya dicho, es la manera en la que Dios definió al reino de los cielos. Él usó parábolas (historias pintorescas de la vida) para luego enseñar cómo es el reino. Es como semilla esparcida que puede ser arrebatada, obstruída por las malas hierbas, o que puede crecer hasta madurar para producir cosecha (Mt. 13:3-9, 18-30, 36-43; Mr. 4:3-20; Lc. 8:4-15). El reino de Dios coexiste con el mal y con el malvado, el diablo.

El reino, como un grano de mostaza (Mt. 13:31,32; Mr. 4:30-32) y como la levadura, crece de algo pequeño hasta que llega a ser algo grande en todo el mundo (Mt.13:33; Lc.13:20,21). Es, también, como un tesoro escondido en un campo (Mt.13:44) y como una perla de gran precio (v.45), merecedora de todo el esfuerzo que se pueda hacer para obtenerla. Esto no implica que la entrada al reino se pueda ganar, sino que el que busca entrar debe arrepentirse, creer, y por gracia seguir a Jesús sin reservas. El reino es como una red de pesca que atrapa peces buenos y malos, y, al final, los peces malos son lanzados afuera (vv. 47-50). Sólo al final los santos seguidores de Cristo y los impíos serán separados. En resumen, el reino de los cielos existirá con el mal, pero el “... Señor, santo y verdadero, ...” hará justicia (Ap. 6:10; I Ti. 6:15; Hch. 4:24). En ese tiempo, los hijos del Rey vivirán en un reino glorioso, separado de todo mal.

Jesús Predicó Sobre el Nuevo Nacimiento

La gracia comisionadora de Dios y la obra del Espíritu Santo produjeron el “nuevo nacimiento”. Este cambio radical en hombres y mujeres los capacita para que se sometan a Su Rey y para que hagan Su voluntad. Cuando Nicodemo, un principal entre los judíos, vino a Jesús, le dijo: “..., sabemos que has venido de Dios como maestro” (Jn. 3:2). En seguida, Jesús le respondió con una declaración profunda: “el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (v. 3). La terminología griega que se traduce “nacer de nuevo” lleva el significado de “nacer de arriba.” No hay dudas de que tal declaración proviene de Dios. Nicodemo, totalmente confundido, le preguntó a Jesús: “... ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: ..., el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (v.6).

Jesús prosiguió diciéndole a Nicodemo que no se maravillara de que le había dicho: “Os es necesario nacer de nuevo. El viento sopla de donde quiere, y oyes su sonido; mas ni sabes de dónde viene, ni a dónde va; así es todo aquél que es nacido del Espíritu” (Jn. 3:7,8; Gá. 4:29; I P. 1:23; Tit. 3:5). El “nacer de nuevo” es un misterio, al igual que el viento mismo es un misterio. Milagrosamente, el Espíritu Santo opera en el alma, impactando la voluntad, deseos y valores de las personas, y dándole a sus vidas una nueva dirección. La persona cambia su inclinación natural -la cual se rebela en contra de Dios- por un ardiente deseo de obedecer a Dios.
La mente humana no puede entender cómo sucede esto, ni qué combinación hay de la operación del Espíritu, la verdad y el intelecto. Sin embargo, entendemos que el resultado de todo esto produce un efecto claramente visible en la vida de cada individuo. Jesús también dijo que: “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las  palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63; II Cor. 3:6). El Espíritu Santo y la Palabra producen el nacimiento de un nuevo hombre espiritual en el creyente.  Los resultados del nuevo nacimiento los podemos ver en la parábola del sembrador. Parte de la semilla “calló en buena tierra, y dio fruto, cual a ciento, cual a sesenta, y cual a treinta por uno” (Mt. 13:8). Jesús explicó que, “el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (v. 23). Los que escuchan el evangelio y lo entienden, pueden experimentar un nuevo nacimiento capaz de inducirlos a producir buenos frutos -hacer la voluntad de Dios.

Los hombres deben experimentar un cambio radical. Esto lo notamos en la declaración que hizo Jesús de que “... si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 18:3). Uno debe convertirse ( griego: “dar la vuelta”) y ser como niños, es decir, humillarse (v.4), estar dispuesto a aprender. Tal persona, al igual que los niños, se alimentará de la Palabra y crecerá en las enseñanzas bíblicas (I P. 2:2).

Jesús Predicó Sobre el Discipulado

A través de todo Su ministerio, Jesús invitó a los hombres a que fueran Sus discípulos. Un discípulo es un principiante, un estudiante, un seguidor, un aprendiz, un prosélito, etc. Los cuatro evangelios contienen muchas enseñanzas tocante al discipulado.

Cuando Cristo le dijo a Pedro: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”, hubo acción: “Ellos, entonces, dejando al instante las redes, le siguieron.” Luego, Jesús vio a dos hermanos, Santiago y Juan, remendando redes y a quienes también llamó. “Y ellos, dejando al instante a su barca y a su padre, le siguieron” (Mt. 4:19-22; Mr. 1:16-20; Jn. 1:43). El verbo en griego, usado aquí para “seguir”, significa: “ser un seguidor de Cristo para toda la vida”. Jesús usó este término muchas veces (ver Mt. 8:22; 9:9; 10:38; 16:24; 19:21,28; Mr. 2:14; 8:34; 10:21; Lc. 5:11; 9:23,59-62; 18:22; Jn. 10:4,27; 12:26; 21:19,22; I P. 2:21).

Mateo demuestra qué tipo de respuesta buscaba Jesús. Siendo un cobrador de tributos, él estaba sentado en su negocio cuando Jesús le dijo: “Sígueme, y se levantó y le siguió” (Mt. 9:9; Mr.2:14; Lc. 5:27,28). Mateo, uno de los “publicanos y pecadores” (Mt. 9:11), se arrepintió, cambió de vida, y se volvió un fiel discípulo. El llamado a seguir resultó en una respuesta voluntaria y en una acción inmediata.

Mateo escribió que, después del Sermón del Monte, grandes multitudes siguieron a Jesús. Después, para apartarse de ellos, Él decidió cruzar al otro lado del mar de Galilea. Dos vinieron a Él diciéndole que le seguirían (Mt. 8:18-22). En su sección especial (9:51-18:14), Lucas escribió que cuando no quisieron recibir a Jesús en una aldea samaritana, ellos se dirigieron hacia Jerusalén. Y Lucas sigue diciendo que mientras ellos viajaban, tres decidieron seguirle (Lc. 9:57-62). Y, aunque este no fuera el mismo acontecimiento, los primeros dos hombres de ambos evangelios hicieron declaraciones similares.

Cuando la primera persona se acercó a Jesús, en seguida dijo: “Señor, te seguiré a donde quiera que vayas” (Lc. 9:57; Mt. 8:19). Lucas identifica a esta persona simplemente como a un hombre, pero Mateo dice que él era un escriba. Entonces, él debió haber sido una persona muy letrada, y, de seguro, sabia algo sobre las enseñanzas de Cristo. La introducción de Mateo sobre la segunda persona, “Otro de sus discípulos”, indica que él era un discípulo. Su rápida disposición pudo haber sido una respuesta impulsiva debido a que conocía a Jesús. La respuesta de Jesús fue que considerara el costo: “Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (Lc. 9:58; Mt. 8:20). Jesús no tenía hogar, y esto debió haber contribuido al hecho de que Él era “varón de dolores”. El seguirlo costaría, y todo hombre debe pensarlo bien antes de hacerlo.

El segundo hombre, identificado por Mateo como un discípulo  (Mt. 8:21), aceptó el llamado de seguir a Jesús. Pero, primero quería hacer algo aparentemente razonable: “Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre” (Lc. 9:59). Como discípulo, él conocía las enseñanzas de Jesús, pero, a la vez, él pensaba que podría hacer esto primero, y seguirle más tarde. Jesús respondió: “Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios” (v. 60). Había algo más importante para hacer. Jesús llamó a este discípulo a servir en la predicación. Y siendo que Mateo relató esta historia poco antes de que los setenta fuesen enviados y regresaran de predicar (Mt. 10), sugiere que el llamado a predicar estaba tanto en la mente de Mateo como en la de Lucas. Este servicio a Dios y a los hombres debe ser cumplido sin dilación alguna.  

Lucas escribió de una tercera persona que también pidió una dilación: “Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa” (Lc. 9:61). A este aspirante a discípulo se le dijo que nada debía interferir entre él y seguir al Señor. Y, como Jesús dijo: “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios” (v. 62). Aquí vemos a otro que quiere seguia Jesús, pero, que todavía no está listo para ello. Su dilación parece ser razonable, pero a la vez incluye el peligro de que sus familiares lo influyeran en dirección opuesta (Mt. 10:37).

El discipulado es un camino difícil, y nadie debe mirar atrás después de tomar la cruz. Después gue Jesús envio a Sus doce discípulos a predicar: “El reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 10:7), y a hacer las obras que Él estaba haciendo, Él les dio instrucciones concerniente al discipulado. Los discípulos serían como “ovejas en medio de lobos” (v. 16), y debían esperar oposición y persecución. Esto ilustra la regla general de que “el discípulo no es mayor que su maestro” (v. 24). En este caso, los discípulos podrían recibir el mismo trato que su Maestro estaba recibiendo.

Entonces, Jesús les dijo: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada (Mt. 10:34). Puede que para edificar el reino haya conflicto, y que no recibamos en seguida la paz que esperamos. (Is. 9:2-6). Las palabras “en tierra” se refiere a todo hombre, en general. La falta de paz es el resultado de que hay hombres que no responden al llamado de seguir a Jesús. Y la oposición puede ocurrir aún en sus mismas casas (Mt. 10:35,36). Luego, Jesús explica dos principios: “El que ama a  [cualquier miembro de su familia] ... más que a mí, no es digno de mí; ...; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (vv. 37,38).

En otro caso, cuando grandes multitudes seguían a Jesús, Él les dio un mensaje similar. Es necesario “aborrecer” a los familiares y hasta la misma vida de uno: “Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:26; 12:51-53). Estas parecen ser palabras duras, pero la verdad es que Sus discípulos deben hechar a un lado los intereses que le impidan una entrega y fidelidad absoluta a Cristo. Este “aborrecimiento” puede ser entendido al compararlo con el amor, ya mencionado, que Jesús pide. Los discípulos de Jesús deben amarle a Él sobre todo lo demás, y, en primer lugar, serle fiel y leal. Esto debe exceder a toda relación familiar y hasta a los deseos de uno mismo.

En cierto sentido, la cruz fue la misión especial en la vida de Jesús. Los discípulos no deben esperar el tener que tomar una cruz literal, como la que tomó Jesús, y ser crucificados. Sin embargo, los discípulos pueden esperar oposición y hasta la muerte. Debemos dedicarnos a seguir la misión de Dios para nuestras vidas, y esto incluye la obra exterior de la Gran Comisión y todo lo que incluye. Si alguien trata de evitarlo: “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mt. 10:39).

Luego, después de decirle a Sus discípulos que debía sufrir y ser sacrificado en Jerusalén, Jesús les dijo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por cause de mí, la hallará” (Mt. 16:24,25; Mr 8:34–9:1; Lc. 9:23-27; 14:27; 17:33). El negarse a sí mismo significa deshacerse de los deseos personales y completamente rendirse uno mismo al Señor, aunque requiera gua uno tuviein que tomar su propia cruz. Si alguien trata de evitar la cruz para salvar su vida, terminará perdiendo su vida. Al estar dispuestos a perder nuestras vidas por amor al Señor, la hallamos. Por lo tanto, el tomar la cruz y seguir a Jesús, es algo indispensable para la redención.

No debemos permitir que nada estorbe nuestra disposición de seguir al Señor. Jesús dijo: “Y el que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo” (Lc. 14:27). Él también dijo que cualquiera que quiera construír una torre, primero debe calcular los gastos para asegurarse de que tenga suficiente con qué terminarla, y que ningún rey iría a la guerra sin antes pensar en la posibilidad de ganar. “Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (v.33). Tanto el discipulado como la salvación son asuntos muy serios y requieren un compromiso total desde el principio y darle  a todo lo demás el segundo lugar a través de toda la vida. Cristo Jesús debe tener el primer lugar en la vida del discípulo.

Todo aquél que le siga cambiará su manera de andar y será libertado del pecado. Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida”. (Jn. 8:12). Algunos judíos, al escuchar esto, le interrogaron. Y, Jesús les dijo a otros “... judíos que habían creído en él: Si vosotros permanecéis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (v. 31,32). Estos creyentes le dijeron a Jesús que ellos eran hijos de Abraham y que no estaban en esclavitud, y le preguntaron: “... ¿Cómo dices tú: Seréis libres?” (v. 33). El discípulo no debe ser esclavo del pecado, sino más bien un hijo de Dios, y fiel amante de hacer la voluntad del Padre. Esta libertad para obedecer es la libertad verdadera.

Para ayudarnos entender el discipulado, Jesús nos dio el ejemplo de las ovejas. Cuando “..., abre el portero, ... las ovejas oyen su voz; ... y las ovejas le siguen, .... Mas al extraño no seguirán” (Jn. 10:3-5). Luego, Jesús explicó: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano” (vv. 27,28). En Jn. 15, Jesús explica cómo el producir fruto se relaciona con el discipulado: “... el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí, nada podéis hacer” (v. 5). Y Él sigue explicando: “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos. ... Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor” (vv. 8-10).

Y si alguien piensa que el discipulado es una carga, Jesús dijo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mt. 11:28-30). ¿Cómo se explica el que el discipulado sea fácil? La respuesta está en que el nuevo nacimiento cambia la naturaleza interior del discípulo, de modo que él se place en hacer la voluntad de Dios, por lo tanto él no siente carga alguna, sino que halla justicia, paz, y gozo (Jn. 14:27; 16:33; Ro. 14:17; 15:13; Gá. 5:22). El cambio interior quita la carga, aunque el discípulo tenga que sufrir por la causa de Cristo (Mt. 10:16-25; Lc. 10:3; 21:5-19; Ro. 8:17; Fil. 1:29,30; 3:10; II Ti. 2:12; I P. 4:12-14; 5:10).

El camino del discípulado es estrecho y difícil, muy diferente a lo que muchos piensan del cristianismo. En el Sermón del Monte, Jesús dijo: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt. 7:13,14; Lc. 13:23-24). El discipulado ni es una carga ni un camino ancho, sino más bien, el camino que lleva a la vida eterna.

Jesucristo: El único Camino  

Jesucristo predicó que Él es el único camino a la vida eterna. Él también dijo que la voluntad de Dios es que “… todo aquél que ve al Hijo, y cree en él [en Jesús], tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero” (Jn. 6:40,47). Él, también dijo: “… Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (8:12; 9:5; 12:35,36). En respuesta a una pregunta, Jesús le dijo a Tomás: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (14:5). Y, como ya dijimos, Jesús le dijo a los judíos que habían creído en Él: “Si vosotros permanecéis en mi palabra, … conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (8:31,32,34-36). Jesús prometió que “…, el que guarda mi palabra, nunca verá muerte” (v. 51). Estas enseñanzas no dejan duda de que sólamente hay un camino.

Todo aquél que busca la vida eterna debe entrar por la Puerta. Jesús usó esta metáfora para describir el propósito de Su existencia. “… El que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que sube por otra parte, ése  es ladrón y salteador. Mas el que entra por la puerta, el pastor de las ovejas es” (Jn. 10:1,2). El redil era un cercado con una sola puerta de entrada; Jesús entró para que otros pudieran tener vida. Esta Puerta es un símbolo de Jesús. Él dijo: “Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; … yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor; el buen pastor su vida da por las ovejas. … Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar” (vv. 9-11,17; ver 15). En el reino, Jesús es la única puerta, puesto que Él fue quien dio Su vida para que los que se arrepientan puedan ser salvos.

Ya hemos dicho que Jesús dijo: “… Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto vivirá” (Jn. 11:25). Siendo que Jesús es la fuente de la vida y la resurrección de los muertos, fuera de Él no existe ni vida ni resurreción. Sólo los que creen en Él podrán obtener la victoria sobre la muerte.

Jesús claramente dijo que el escucharle trae consecuencias eternas. También afirmó que Él vino: “… a salvar al mundo. El que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene queien le juzgue; la palabra que he hablado, ella le juzgará en el día postrero” (Jn. 12:47,48). El propósito de la misión de Jesús es salvar al pecador, pero si el pecador le rechaza, no hay otra manera de obtener vida eterna. El pecador será juzgado por lo que él rechace -la palabra que Jesús ha predicado. El juicio se efectuará en base a la autoridad de Dios. Él le dio a Jesús el poder de perdonar pecados, como Jesús lo testificó al principio de Su ministerio (Mr. 2:10; Lc. 7:48).
Pedro le dijo a los ancianos y a los gobernantes que Cristo Jesús, a quienes ellos habían crucificado, y a quien Dios había levantado, era la principal piedra del ángulo, y que “... en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hch. 4:12). No hay otro nombre, es decir, no hay nadie más que pueda salvarlos. Si alguien quiere ser librado de sus pecados, debe acudir a Jesús por ayuda.
 

El Señorío de Cristo

El discipulado incluye someterse al señorío de Jesucristo. Hoy día, el uso del término “señor” es común y popular, pero, en el Sermón del Monte, Jesús señala algunos aspectos que son muy poco entendidos. “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt. 7:21). Y a aquellos que se mofan en decir que han hecho muchas cosas en Su nombre les dirá: “… Nunca os conocí; apartáos de mí, hacedores de maldad” (v. 23).      Jesús hizo una pregunta que muchos deben contestar hoy: “¿Por qué me llamáis, Señor, Señor, y no hacéis lo que yo os digo?” (Lc. 6:46).
Después de esta pregunta, Él dijo una parábola sobre la importancia de obedecer la Palabra de Dios. Él dijo: “Todo aquél que viene a mí, y oye mis palabras, y las hace, …. Semejante es a un hombre que al edificar una casa , cavó y ahondó y puso el fundamento sobre la roca”. Cuando subieron los ríos, su casa pudo resistirlos. “Mas, el que oyó y no hizo, semejante es al hombre que edificó su casa sobre arena (i.e. “tierra,” Mat. 7:26). Cuando el río dio con ímpetu contra ella, grande fue su ruina (Lc. 6:47-49; Mt. 7:24-27). En Judea, en el único lugar que se puede hallar arena es en un “wadi”, un lecho de río seco. Los que escucharon a Jesús sabían que uno nunca debe construír en tal lugar, puesto que, en cualquier momento, un torrente de agua podría invadir el lecho seco, y llevarse todo lo que encuentre. Con tales advertencias, no hay manera de traerle a Jesús excusas por no seguir Sus enseñanzas. Sólo los que siguen las enseñanzas de Jesús tienen un firme cimiento y la seguridad de vida eterna.

Juan el Bautista predicó: “Enderezad el camino del Señor” (Jn. 1:23). Jesús aplicó el término Señor para Sí mismo cuando le dijo a Sus discípulos que dijeran: “… el Señor lo necesita” (Mt. 21:3; 12:8; Mr. 11:3; Lc. 19:31). Los discípulos usaron el término como otro nombre para Jesús (Mt. 8:25; 14:28,30; 16:22; 17:4; 18:21). Varias de las formas de la palabra griega Kurios, traducida como “Señor”, también se aplicaban a Dios. Queda claro que Jesús es el Señor y que debemos tomar Su señorío en serio.   

Sus Excelentes Obras

La obras y las enseñanzas de Jesús no son algo que recibimos a “fe ciega”. Las Escrituras nos testifican de los muchos casos en los que hizo Jesús grandes milagros, como prueba de que Dios Lo envió. Por ejemplo, Mateo hace referencia a diez sanidades específicas, y un caso de poder mayor que las fuerzas naturales en los capítulos 8 y 9 de su evangelio: Jesús sanó al leproso (Mt. 8:2-4); al siervo paralizado del centurión (vv. 5-13); a la suegra de Pedro, la sanó de una fiebre (vv. 14, 15); sacó varios demonios de muchos (v. 16); calmó la tempestad (vv. 23-27); sanó a dos endemoniados (vv. 28-34); sanó a  un paralítico (9:2-8); sanó a una mujer de un flujo de sangre (v. 20); resucitó a la hija de un principal (vv. 24,25); sanó a dos ciegos (vv. 27-30); y sanó al mudo endemoniado (vv. 32-34).

Estos sólo son unos pocos de los milagros que los evangelios mencionan. Específicamente, los evangelios detallan unos treinta y cinco milagros, y, brevemente, mencionan muchos otros. Es como Juan escribió: “Hizo, además, Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro” (Jn.20:30). Algunas de ellas se hallan en los otros tres evangelios, pero la mayoría no están escritas. Y, como Juan escribió: “... hay también muchas otras cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir”(21:25). Al pensar que los evangelios sólo mencionan una pequeña fracción de los, aproximadamente, sesenta días de los tres años del ministerio de Jesús (apenas el 5 por ciento de esos días), y que muchos libros se han escrito sobre este ministerio, es claro que muchos otros libros han sido escritos con referencia a este ministerio, y es claro que se podría escribir muchos libros más sobre los otros milagros y sobre el resto de Su vida y ministerio.

Estas obras dan testimonio de Jesús y le dieron gran fama (Mt. 9:8,26,31,33), y muchísimos terminaron creyendo en Él (Jn. 2:11,23; 3:2; 6:2,14; 7:31; 9:16, 31-33; 12:18). Aunque Jesús hizo muchos milagros, esto no era la razón principal de Su ministerio. De hecho, Él con frecuencia trató de evitar que la gente le prestara mucha atención a ellos, al pedirle a las personas sanadas que no se lo dijeran a otros (Mt. 8:4; Mr. 3:12; 5:43; 7:36; 8:26,30; 9:9). En cada milagro Él incluía una lección espiritual, para que los hombres miraran más allá de lo milagroso. El principal ministerio de Jesús era espiritual. Él hizo milagros para apoyar este ministerio, no para estorbarlo. Las soluciones a los problemas físicos no deben impedir la solución a la raíz del problema del hombre, a saber, su problema espiritual.   

Hay un testimonio mayor que el que ya hemos notado arriba. La Biblia nos enseña que Jesús vino al mundo para redimir al hombre a través de Su muerte y resurrección. Su resurrección es la principal prueba de Su posisión mesiánica. Como Pablo escribiód: Él “... fue declarado Hijo de Dios ..., por la [Su] resurrección de entre los muertos” (Ro. 1:4). Luego, hablaremos de la resurrección de Jesús.    


¡SOLI DEO GLORIA!
  Leland M. Haines
  Richard del Cristo