"For other foundation can no man lay than that is laid, which is Jesus Christ." (1 Cor. 3:11)

Home
Articles
Books
Confessions
Anabaptist History
Churches and Related ones
Our Mission

Other Languages
Russian Bibleviews
Romanian Bibleviews
Español Bibleviews
Haiti Bibleviews
Portuguese Bibleviews

More Information
About your InternetServant

Contact Us & Guestbook

"If any man will come after me, let him deny himself, and take up his cross daily, and follow me." (Luke 9:23)

La RedenciĆ³n

4. Jesús y la palabra escrita

Escrito por Leland M. Haines
Goshen, IN, USA
Versión española de Richard del Cristo

Copyright 2003 by Leland M. Haines, Goshen, IN 46526
All rights reserved
____________


Introducción

Como ya hemos visto, Dios creó al hombre a Su imagen, pero la desobediencia del hombre destruyó esta íntima relación con su Creador. Dios prometió que Él redimiría al hombre de su pecado; tal redención, al final, llegó a través del Mesías.

La respuesta a la búsqueda del hombre por autoridad religiosa se halla en la revelación de Sí mismo en los eventos históricos asociados con Su plan redentor para la raza humana. Hoy tenemos el conocimiento de estos eventos históricos en la Biblia, la cual nos muestra la relación que estos eventos históricos tienen con la Palabra escrita. Aunque suponemos que hay una unión clara entre ambos, raras veces es explicada. Y aunque debemos apreciar estos puntos fundamentales de la fe cristiana, también debemos entender claramente cómo se relacionan.

La Palabra Escrita

“Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo”, escribió el autor de los Hebreos (1:1 2). Dios, en el Antiguo Testamento, a través de sus profetas, habló de la futura redención, pero en el Nuevo Testamento Él nos ha hablado por Jesús, el Hijo de Dios.

Juan, en su evangelio, describe estos eventos históricos: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella” (Jn. 1:1 5). Esta Escritura nos enseña que Cristo hizo que el plan de redención de Dios fuera posible. Como ya hemos visto, Cristo era el Verbo hecho carne, el cual nos dio vida por Su muerte y resurreción.

El Hijo claramente nos ha revelado el “… misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que por las Escrituras de los profetas, según el mandamiento del Dios eterno, se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe” (Ro. 16:25 26). Este misterio es el nuevo convenio que Cristo instituyó mientras explicaba lo de la Santa Cena, en la que tomó la copa y se la dio a Sus discípulos, diciéndoles: “… esto es mi sangre del nuevo pacto [testamento], que por muchos es derramada para remisión [perdón] de pecados” (Mt. 26:28).

El escritor de los Hebreos citó el Antiguo Testamento para mostrar que esto ya había sido profetizado de antemano -“… estableceré … un nuevo pacto” (He. 8:8)- y escribió que Cristo es el “… mediador de un nuevo pacto, para que … los llamados reciban la promesa de la herencia eterna” (9:15). La traducción en latín del término griego kaine diatheke, es “nuevo convenio” lo cual significa Nuevo Testamento . La relación entre “convenio” y nuestro uso de la palabra “testamento” lo podemos ver en el uso que Pablo le da al término antiguo pacto , al escribir: “… cuando [los judíos] leen el antiguo pacto, … hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés …” (II Co. 3:14,15; comp. 6; He. 8;9), para referirse a una parte del Antiguo Testamento.    

Hasta hoy día, no se conoce ningún escrito de Jesús. La única prueba de que Jesús haya escrito algo, la hallamos en Jn. 8:1-11, donde Él escribió algunas palabras con Su dedo en la tierra. Siendo que esto es así, ¿cómo puede Su Palabra ser identificada con el canón de los veintisiete libros del Nuevo Testamento?  Al principio parece que el esfuerzo por construir una relación entre los eventos históricos y el canon del Nuevo Testamento es un asunto posterior. La primera lista de los veintisiete libros canonizados en el Nuevo Testamento no fue echa sino hasta el 367 d.C., cuando el obispo Anastacio de Alejandría los registró en su carta anual de Semana Santa para la iglesia. Y no fue sino hasta el quinto siglo que las disputas sobre cuál libro pertenecía al canon cesó del todo.

Hay quienes creen que la fecha tardía de esta lista es prueba de que la canonización del Nuevo Testamento se dio después de los eventos históricos de la redención, y que, por lo tanto, debe ser considerada como parte de la historia de la iglesia. Sin embargo, hay otro punto a considerar: ¿Qué hace que los veintisiete libros del Nuevo Testamento sean la Palabra de Dios revelada al hombre? La respuesta descansa en la relación que estos libros tienen con Jesucristo, y la actitud de la iglesia primitiva hacia estos libros.
     

Jesús Inspira a Sus Apóstoles a que Escriban

 Jesucristo proveyó los medios por los que Su Palabra fuese comunicada en todo lugar y a toda generación futura. Él llamó a los apóstoles a seguirle, a “salir” de sus otros intereses, y a aprender de Él. Estos apóstoles fueron comisionados a predicar, diciéndo: “El reino de los cielos se ha acercado.” La predicación de ellos sólo era para adoctrinar a la casa de Israel, así como Cristo fue sólamente a ellos. Después de la resurrección del Señor, los apóstoles fueron enviados a todo el mundo. Y ellos recibieron “autoridad sobre espíritus inmundos, … y para sanar toda enfermedad y toda dolencia”, y para hacer algunas de las cosas que Cristo mismo hizo, para confirmar la fuente de la predicación de ellos (Mt. 10; comp. Mr. 3:13 19; Lc. 6:12 16). Después de la resurrección del Señor, los apóstoles fueron enviados a todo el mundo.  

Jesús les prometió a Sus discípulos que después que Él regresara al Padre, les ayudaría a recordar Sus enseñanzas. Él les prometió “… El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn. 14:26). Esta promesa es importantísima, ya que une el recuerdo que los discípulos tuvieron de las palabras de Jesús con Jesucristo mismo. Él les prometió que el Espíritu Santo guiaría a los apóstoles en sus escritos y enseñanzas, para capacitarlos a recordar y enseñar todas las cosas que Él les había enseñado. Esta promesa fue dada otra vez, antes de Su ascensión, cuarenta días después de Su resurrección (Hch. 1:8).

Cuando se aproximaba el final de Su ministerio terrenal, Jesús oró por Sus discípulos y apóstoles. Él dijo que ya había “acabado la obra” que Su Padre le había encomendado (Jn. 17:4). Jesús continúa orando al Padre: “He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste; tuyos eran, y me los diste, y han guardado tu palabra. …, porque las palabras que me diste, les he dado; y ellos las recibieron, y han conocido verdaderamente que salí de ti, y han creído que tú me enviaste” (v. 6, 8).

Él repitió las palabras: “Yo les he dado tu palabra” (v. 14), y más tarde añadió: “Santifícalos en tu verdad, tu palabra es verdad” (v. 17). Jesús se santificó, es decir, se consagró a Sí mismo, “…, para que también ellos sean santificados en la verdad” (v. 19). Jesús, también, oró: “… por los que han de creer en mí por la palabra de ellos” (v. 20). Entonces, vemos que los apóstoles recibieron la Palabra y el Espíritu Santo como guía para que enseñaran y escribieran la Palabra. Por lo tanto, la Palabra escrita tuvo su origen en el Cristo viviente.  

Ya los apóstoles sabían de este “poder especial de abogacía” para representar a Cristo y la guía del Espíritu Santo para ayudarles a llevar a cabo la obra. El apóstol Pablo les escribió a los Tesalonicenses: “Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de  que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes” (I Tes. 2:13).

Y, a los Corintios, él les escribió: “… lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, …” (I Co. 2:13). Pablo escribió que él no era “… como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo” (II Co. 2:17). Y siendo que él lo recibió de Cristo, Pablo les pudo decir a sus lectores que reconocieran “... que lo que os escribo son mandamientos del Señor” (I Co. 14:37; comp. II Co. 7:10), y que “Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ése señaladlo, y no os juntéis con él, para que se avergüence” (II Tes. 3:14).

Pablo también dio muchas indicaciones más de que él había recibido su mensaje de Cristo (Hch. 9:3 6; I Co. 15:8; Gá. 1:12; Ef. 3:3), y que “… ahora es revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu” (Ef. 3:5). La iglesia está edificada “… sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal Piedra del ángulo, Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor” (2:20,21). Cristo es la Piedra principal, y los apóstoles construyen sobre Él, para establecer las verdades fundamentales que han de guiar a la iglesia.

El autor del libro de los Hebreos también escribió de cómo el mismo Espíritu Santo guió a los apóstoles: “... ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande? La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimiento del Espíritu Santo según su voluntad” (He. 2:3,4). Juan escribió que su función como apóstol era traerles la Palabra de Vida, eso es, introducir al Divino Mensajero, Jesucristo, a los discípulos:

Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida ...; lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido” (I Jn. 1:1 5).

Los apóstoles, a excepción de Pablo, estuvieron con Jesús en todo Su ministerio y escucharon Sus enseñanzas. Luego, ellos escribieron los detalles de Su ministerio y de los mensajes que de Él escucharon, para darnos la Palabra de Dios traída por Jesucristo.

Pedro escribió: “... para que tengáis memoria de las palabras que antes han sido dichas por los santos profetas, y del mandamiento del Señor y Salvador dado por vuestros apóstoles” (II Pe. 3:2). También Juan sintió la dirección del mismo Espíritu; él escribió: “La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para manifestar a sus siervos las cosas que han de pasar pronto; y la declaró enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, que ha dado testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo” (Ap. 1:1,2; 1:10,11,19; 2:1; 4:2; 14:13; 19:9; 21:5). Estas Escrituras nos dan a entender que los apóstoles estaban conscientes de la dirección que recibieron que los capacitaba para escribir con la autoridad de Cristo.

Este fue el método que Cristo estableció para comunicar Su Palabra a áreas distantes y a los siglos venideros.

Y, hoy día, sabemos acerca de Cristo Jesús, de Su obra redentora y de Su revelación, gracias a los escritos de los apóstoles y sus colegas. La Palabra escrita tiene su origen en el llamado y la comisión que Cristo le dio a Sus apóstoles; la Palabra no se debe separar de Cristo y Su Santo Espíritu.
 

De la Tradición Oral a la Palabra Escrita

Las dos formas básicas de comunicación que tenemos son la oral y la escrita. Los apóstoles usaron ambas para ejercer el “poder especial de abogacía” que ellos tenían para exponer la Palabra de Cristo. La forma oral de comunicar la Palabra de Dios ha sido la forma más antigua usada por los apóstoles y data del tiempo de la primera comisión que recibieron para “predicar” (Mt. 10; Mr. 3:13 19; Lc. 6:12 16). En los primeros años, la predicación apostólica tuvo un lugar de gran importancia. Y, siendo que la comunicación oral es de tanta importancia, y ya que Cristo les autorizó a los apóstoles a que la usaran, debemos entender su concepto neotestamentario.

El Nuevo Testamento tiene muchas referencias a la forma oral de comunicación de los apóstoles. Lucas escribió que “… las cosas que entre nosotros han sido ciertísimas ...” nos la “… enseñaron …” -a Lucas y a sus contemporáneos- “… los que desde el principio lo vieron con sus ojos, y fueron ministros de la palabra” (Lc. 1:1 4). Parece que muchos de esos testigos oculares le contaron a Lucas sobre la vida de Jesus, sus enseñanzas, muerte, y resurrección.

El libro de los Hechos contiene muchos ejemplos de a comunicación oral en la iglesia apostólica. El primer ejemplo es el sermón Pentecostal de Pedro, cuando él “… alzó la voz y les habló diciendo: …, esto os sea notorio, y oíd mis palabras” (Hch. 2:14; comp. 2:22,40). Otro es el registro de Lucas sobre la oración de la iglesia primitiva, cuando se le pide a Dios “… concede a tus siervos que con todo denuedo hablen tu palabra, mientras extiendes tu mano para que se hagan sanidades y señales y prodigios mediante el nombre de tu santo Hijo Jesús.” Dios respondió a su oración, y ellos hablaron “… con denuedo la palabra de Dios” (4:29 31).

Frecuentemente, los apóstoles hacían milagros, como el caso en el que ellos fueron milagrosamente librados de la cárcel. A ellos se les ordenó que fueran al templo y que anunciaran “... al pueblo todas las palabras de esta vida” (Hch. 5:20). Luego, los doce apóstoles, les informaron a los otros discípulos que aquéllos no querían dejar de predicar “… para servir a las mesas”. Ellos querían ayudantes para poder persistir mejor en “... la oración y en el ministerio de la palabra”. El resultado fue que: “… crecía la palabra del Señor, y el número de los discípulos se multiplicaba grandemente en Jerusalén” (6:2 7).

Hay otras referencias a las comunicaciones orales de los apóstoles: “Pero los que fueron esparcidos iban por todas partes predicando el evangelio” (Hch. 8:4); “Y ellos, habiendo testificado y hablado la palabra de Dios, … anunciaron el evangelio” (8:25); “… los gentiles habían recibido la palabra de Dios” (11:1); “… la palabra del Señor crecía y se multiplicaba” (12:24); “… se juntó casi toda la ciudad para oír la palabra de Dios” (13:44); “… era necesario que se os hablase primero la palabra de Dios” (13:46); “… enseñando la palabra del Señor y anunciando el evangelio” (15:35); “… el Señor nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio” (16:10); “… le hablaron la palabra del Señor” (16:32); “… enseñándoles la palabra de Dios” (18:11); “… crecía y prevalecía poderosamente la palabra del Señor” (19:20), et al. Estas Escrituras nos muestran que los apóstoles sabían que aquellos les estaban predicando la Palabra de Dios al pueblo. Este importantísimo medio de propagar la Palabra continuó por toda la era apostólica.

En las epístolas también hay referencias a la forma de comunicación  oral. Pablo duró un año y medio en Corinto: “… enseñándoles la Palabra de Dios” (Hch. 18:11). Esta enseñanza oral era efectiva porque en una carta a esta iglesia él escribió: “Os alabo, hermanos, porque en todo os acordáis de mí, y retenéis las instrucciones tal como os las entregué” (I Co. 11:2). Pablo les escribió a los cristianos de Tesalónica: “… estad firmes, y retened la doctrina que habéis aprendido, sea por palabra, o por carta nuestra” (II Tes. 2:15). Judas, también, escribió que cuando él estaba solícito “... en escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis por la fe que ha sido una vez dada a los santos” (Jud. 3). Pablo enseñó por la palabra oral; y la fe de la que Judas escribió que había sido “dada a los santos” tal vez  también sea una referencia a la palabra oral.  


¡SOLI DEO GLORIA!
  Leland M. Haines
  Richard del Cristo